Por qué no deberías imitar a Bill Gates si quieres hacerte rico.

Aunque menudo nos enamoramos de la idea de que los artistas excepcionales son los más hábiles o talentosos, Chengwei Liu de la Universidad de Warwick subraya en un artículo para la BBC que los rendimientos excepcionales tienden a ocurrir en circunstancias excepcionales, poniendo como ejemplo a Bill Gates. 

La trayectoria de Bill Gates es impresionante: combinación de talento, perseverancia y habilidad, conocido por haber despegado desde el abandono escolar al primer lugar en la lista de las personas más ricas del mundo, fundando Microsoft y abanderando numerosos proyectos como filántropo. Sin embargo, su éxito extremo apunta más hacia las circunstancias que escapan hacia su control de hacia cómo premia nuestra sociedad las capacidades y el intelecto.

Aunque muchas veces se difunda la idea de que los artistas excepcionales son los más hábiles o talentosos, los mejores resultados los suelen obtener las personas más afortunadas, que se han beneficiado de estar en el lugar correcto y en el momento adecuado. Son lo que llamamos valores atípicos, -denominados outlier en inglés- , los cuales definen una observación que es numéricamente distante del resto de los datos. Las estadísticas derivadas de los conjuntos de datos que incluyen valores atípicos serán frecuentemente engañosas.

Dicho con otras palabras, muchas personas abordan la historia de Gates como un ejemplo de autosuperación, mitificándola y poniéndola como paradigma casi universal que cualquiera puede reproducir para alcanzar el éxito. En realidad, asumir que los “ganadores” de la vida -sin mencionar que ese criterio es muy arbitrario y depende de las prioridades y de la forma de pensar de cada cual- llegaron a donde están únicamente por su rendimiento es un argumento que puede conducir a la decepción más absoluta. Incluso si pudieras imitar todo lo que hizo Gates, es muy poco probable que pudieses replicar su buena suerte inicial.

Algunas de las circunstancias que favorecieron a Bill Gates fueron sorprendentes: pertenecer a la clase alta y recibir educación privada le permitieron obtener experiencia extra en programación cuando menos del 0.01% de su generación tenía acceso a ordenadores. Además, la conexión social de su madre con el presidente de IBM le permitió obtener un contrato de la compañía de PC qpor entonces líder, y crucial para establecer su imperio de software. El éxito y la cuota de mercado de Microsoft se debieron en parte a la temprana fortuna de Gates.

En contraposición a esto, algunos expertos han sugerido que existe un número mágico para la grandeza: 10 años o 10.000 horas de aprendizaje, fijando la práctica persistente y deliberada como la mejor forma de sacar brillo a una habilidad excepcional. De hecho, se mencionan las 10.000 horas de aprendizaje de programación de Gates en su adolescencia como una de las razones de su éxito. Esta regla bebe de la investigación del psicólogo Anders Ericsson, popularizada por el autor Malcolm Gladwell en su libro Outliers, publicado en 2008.

Sin embargo, el factor situacional sigue teniendo una gran incidencia. En un suburbio inglés se jubiló un famoso entrenador de tenis de mesa, Peter Charters. Muchos niños que vivían en la misma calle que el entrenador retirado se sintieron atraídos por el deporte debido a él y tres de ellos, tras seguir la “regla de las 10.000 horas”, obtuvieron un rendimiento excepcional, incluyendo ganar el campeonato nacional.

Pese a que su talento y esfuerzo fueron fundamentales, ni sus dotes innatas ni la regla de las 10.000 horas pueden garantizar el éxito, ya que en la gran mayoría de ocasiones hacen falta otros factores como la suerte temprana, el apoyo familiar, la salud o el contexto espacio-temporal para llegar a buen puerto. A veces, la suerte -entendida como la suma de factores ideales- sí existe.

Fuente: ticbeat.com

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