El mundo es híbrido, le pese a quien le pese.
De la noche a la mañana no se pueden cambiar los sistemas corporativos de una organización, por mucho que arrecien los vientos digitales. El legacy es esa carga que necesariamente tienen que sobrellevar muchas organizaciones, porque el sustento de su negocio sigue vinculado a él. Igual que hay personas que todavía disfrutan de la música en cintas radiocassette o los discos de vinilo (que por cierto han tomado auge en los últimos tiempos), el compact disk sigue sobreviviendo en los centros comerciales, sin menoscabo de que Youtube y Spotify se hayan convertido en los dos grandes monstruos. Las empresas de nuevo cuño están abocadas al cloud y la movilidad sin tener que plantearse más costes estructurales.
Lo complicado es en aquellos entornos que he dado en llamar ‘bunkerizados’ donde perviven los terminales tradicionales y un modelo cliente/servidor que aunque parezcan anacrónicos resuelven la funcionalidad requerida y no muestran brechas de seguridad. Son una ‘reserva espiritual’ del ámbito centralizado que parece vivir de espaldas al mundo, pero cuyos responsables de tecnología perciben todavía cierta placidez de cumplir con su trabajo sin mayores sobresaltos. Estos oasis son incomprensibles en un mundo actual, donde la movilidad y la ubicuidad de los datos han desmadejado las barreras físicas. Y la seguridad se ha convertido en el principal problema que afrontar y no vale con esconder la cabeza como los avestruces ni refugiarnos en reductos inexpugnables.
La información está en la calle, en la punta de los dedos de los ciudadanos que avanzan con paso firme por los centros comerciales. La información son las conversaciones de los clientes en las redes sociales y hay que airear las ventanas para saber lo que pasa en la calle. Por ello, sin suscribir incondicionalmente a aquellos que solo ven en la digitalización la curación de todos los males que padecen las empresas, tampoco entiendo que haya compañías que vivan encerradas en torno suyo, mirándose cómo le salen las arrugas en el espejo. Es como aquella madre que no dejaba salir a sus hijos a la calle temiendo los peligros que le acechaban y al final perdieron toda la noción de la realidad.
Fuente: computing.es